CDMX, miércoles 7 de mayo de 2025.- Cuando se reúne el Colegio Cardenalicio para elegir a un nuevo pontífice, el mundo católico gira su atención al Vaticano. El cónclave, realizado a puerta cerrada en la Capilla Sixtina, es un proceso donde el voto secreto y la tradición dictan el ritmo de una de las decisiones más importantes de la Iglesia. Aunque puede durar días, en ocasiones se resuelve con rapidez: la elección del papa Francisco en 2013 concluyó en solo dos días, al igual que la de Benedicto XVI en 2005.
Para que un cardenal sea elegido como papa, debe reunir dos tercios de los votos. Si no se alcanza este número, se repiten las votaciones varias veces al día. Los cardenales escriben el nombre de su candidato en una boleta bajo la frase “Eligo in Summum Pontificem” y la depositan en un cáliz en el altar. Tras cada ronda, las papeletas se queman: el humo negro indica que no hubo elección; el blanco, que el nuevo papa ha sido elegido.
A lo largo de los siglos, la duración del cónclave ha variado ampliamente. El más extenso, en Viterbo entre 1268 y 1271, duró 33 meses debido a divisiones internas. El más corto, en 1503, concluyó en solo diez horas. Ambas experiencias marcaron reformas al proceso, incluyendo la creación de normas que rigen el encierro y las condiciones del cónclave actual.
Una vez elegido, el nuevo papa es anunciado desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, con el tradicional “Habemus Papam”. Así concluye un ritual que, pese al paso del tiempo, sigue siendo uno de los momentos más simbólicos del catolicismo.
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